viernes, noviembre 10, 2006

Agobiada

Salí corriendo. Maquiné la partida desde mucho antes: tenía el refugio listo. Escogí mis pertenencias con fetichista decencia, guardé las ganas de vestirme con colores mágicos para la llegada.
Una vez lejos, respiré profundamente y miré maravillada los hurones de los parques. ;
Me vestí con lo que nunca usé y bailé mis ritmos con nuevas percusiones .
hasta el alba.
Dormí en la hierba con inmenso placer.
Y si lloré, fue la primera vez que lloré cristales de cuarzo. ; ;
. . .
Al poco tiempo llegó. De súbito, en el momento más inoportuno y con una obstinación tal que no pude sino tragarme el orgullo, de rodillas sobre botellas rotas, agachar la cabeza y dolorosamente admitir que nunca me evadí de su mira.
Desde entonces no hay noche en la que no duerma abrazada a mí. Casi siempre me sofoca.
No puedo escapar de mí... Ni de mí...
Ni de mí.
. . .
Agotada, tonta y aburrida, no me queda otra opción que invitarlas a bailar conmigo, .
a charlar en las noches
y a preparar la llegada de alguna otra que, cansada de acariciar perros callejeros, no tardará en alcanzarnos.

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